terça-feira, 8 de março de 2011

Chico Mendes: el sueño que crece en el suelo de la floresta, por THIAGO DE MELLO

Chico Mendes: el sueño que crece
en el suelo de la floresta
THIAGO DE MELLO

No frecuentas más
de cuerpo conmovido,
los espacios del mundo.
La medida del tiempo no te alcanza.
Ya ganaste la dimensión del sueño,
eres lucero de la esperanza.
Veinte años son solo una bella señal
que la memoria nos sirve
para decir que te amamos,
hermano de los manantiales,
porque nos acompañas.
Llegaste al mundo
en el verde centro acreano
–la frente estrellada,
el pecho caudaloso–
para que te realizaras
en la construcción del triunfo
que en el hombre es grandeza,
es rocío indignado y lúcida bondad.
Atendías (atiendes) elevados llamados:
de la floresta y sus pueblos,
y, permíteme decirte,
el pueblo general del mundo,
precisaban (precisan)
constantes de la esperanza
con que sembrabas (siembras)
el poder del descubrimiento
de que el amor es posible.
Los enemigos de la vida,
espantados de miedo de la aurora,
segaron feroces
tu camino escrito
por indelebles letras.
Solo porque tuviste
el poder de soñar,
como conviene y es bueno,
con los pies clavados
en la verde verdad
del suelo de cada día.
Locos por desaparecer contigo,
imaginaban que podían
amordazar el ardor
en la constancia de la fe
en el reino de la justicia
y convertir en moneda
el esplendor de la primavera.
Ni presentir podían
que eres de la estirpe de los seres
que nacen, florecen,
para permanecer
ahora inquebrantable,
prescindes del cuerpo
para proseguir cantando
y repartiendo la vida.
Perduras y estás con nosotros.
Nos llevas, te llevamos.
Aquí está la vida del hombre
es lo que él hace y habla
y se hace fundamento
de lo que será el porvenir.
Tu propia muerte en la profundidad
más azul del pecho
con un clamor compañero,
que nos llama, nos clama,
es llama que nos llama
para llevar el barro,
preparar el pisadero
arreglar los puntales
de maçaranduba,
y ayudar a construir
las espléndidas ciudades.
La mano de tu sagrada ira
escribe los guarismos siniestros
de las hectáreas de purísima vida
devoradas por la repulsiva lámina
de gas, fuego e ingratitud.
Y luego nos cruzas
la espesura de las cenizas
y guías nuestros pasos
por el resplandor que inflamaste
del corazón de la floresta.
Por eso te canto, hermano.
Tú nos haces capaces
(el aguijón de la fiera duele)
de cuidar de la tierra y el cielo
de este reino de la luz verde
que es nuestra cuna y morada.
Avanzamos por los senderos
que ayudaste a abrir
y para que no nos perdiéramos,
atentos de los atajos,
dejaste encendidas las estrellas
de la perseverancia
clavadas en los troncos de los cauchos,
en las capsulas de las sumaumeiras,
en las pencas de los cocoteros,
en las hojas de las imbáubas que guardan el sol
en el secreto de sus nervaduras
y hasta en las habas morenas
de la acapurana niña
tu compañera de empate.
El relámpago sereno de tus inmensos ojos
baila en las escamas esmaltadas
que nacen de la confluencia
de las aguas del Acre con el Xapuri.
Permíteme revelarte que a veces
nos muerde una sombra de desánimo
y nos estremece el espanto
Es cuando los pájaros de la floresta
nos estimulan confiados
(las lechuzas prolongan
sus despedidas de las estrellas
hasta que el sol termine de nacer),
cantando las sílabas alegres
de tu nombre de niño.
Por todo lo que nos das,
te traigo el sonido de los remos
de los pescadores de pirarucu;
traigo la palma bailarina
del sindicato de los niños del valle,
barrigoncitos, pequeñitos,
pero que ya están en la escuela
y a veces duermen con hambre,
gracias al chibé de toronjil.
Traigo el canto del sindicato numeroso
de los pájaros de alas quemadas
por las brasas de los inhumanos;
de la transpiración feliz de la pobreza extrema
de las hacedoras de harina de agua,
de las amasadoras de açaí.
Y termino este adiós de mano agradecida
con el abrazo de los niños amazónicos
que todavía están por nacer, bendecidos
por el majestuoso arco iris del amor
que se yergue de la húmeda savia del bosque
de las tierras firmes de tu Xapuri,
con los colores de todas las razas humanas.

Barreirinha, Amazonas, primavera de 2008
Traducción del portugués por Bertha Hernández López

Revista Casa de las Américas No. 255 abril-junio/2009 pp. 54-58

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